Publicado en Cosmotales .
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A nuestro alrededor abundan claras evidencias del poder de la naturaleza. Fenómenos tales como tormentas eléctricas, huracanes, erupciones volcánicas, y terremotos son algunos ejemplos de liberación de grandes cantidades de energía.
Aunque nos estremecen y causan pérdidas humanas y materiales, todos estos acontecimientos son esenciales para la evolución de nuestro planeta, y sin ellos el surgimiento y desarrollo de la vida hubiera sido improbable.
En un contexto mucho mas amplio, el universo esta plagado de acontecimientos extremadamente energéticos que contribuyen a su evolución. Nuestro sistema solar por ejemplo es producto de la feroz explosión de una estrella de gran masa – lo que se conoce como una supernova- de cuyas cenizas surgió el material que dio origen al Sol, la Tierra y los seres humanos.
Una supernova emite gran cantidad de radiación, y entre esta emisión se encuentran los rayos gamma, la más energética de todas y que proviene de los fenómenos más violentos del universo.
Desde la prehistoria hasta la mitad del siglo XX únicamente observamos el universo en luz visible. A partir de entonces, y gracias al estudio de los “nuevos” tipos de radiación comenzamos a descubrir un gran número de objetos, fenómenos y procesos que configuran y moldean el vasto universo.
El despertar de la astronomía de rayos gamma fue el más tardío pero posiblemente el que mas sorpresas ha generado. Cohetes y satélites fueron necesarios para que los nuevos descubrimientos pudieran llegar.
En las últimas tres décadas se ha profundizado en el estudio de estrellas de neutrones que rotan en fracciones de segundo y cuya materia esta confinada al tamaño de una ciudad, o en la materia engullida por un descomunal agujero negro en el núcleo de galaxias – los llamados núcleos activos de galaxias -, o en las violentas ráfagas conocidas como estallidos o brotes de rayos gamma (GRB por sus siglas en inglés).
Los GRB se descubrieron de forma casual en 1967 por los satélites Vela, una serie de instrumentos diseñados y puestos en marcha en plena Guerra Fría para detectar posibles pruebas de armas nucleares. Durante muchos años se pensó que tenían lugar en nuestra propia galaxia, pero la sorpresa fue grande cuando se encontró que provenían de galaxias distantes y por lo tanto constituían emisiones extremadamente potentes que podían viajar miles de trillones de kilómetros antes de llegar a los detectores.
Uno solo de estos estallidos puede liberar tanta energía como nuestro Sol en un periodo de 10 mil millones de años, es decir en toda su historia evolutiva. Su estudio es un campo de investigación de gran interés.
La astronomía de rayos gamma ha alcanzado su madurez mientras el universo nos revela su cara más violenta.