Publicado en Cosmotales .
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A pesar de que no paramos de profundizar en el conocimiento del universo, la Tierra sigue siendo sin lugar a dudas uno de los lugares más sorprendentes que existen. Las condiciones de nuestro planeta son únicas y han permitido el desarrollo de una amplia variedad de seres vivos. Entre ellos, generaciones y generaciones de seres humanos han caminado sobre la superficie de este maravilloso hogar, en un privilegiado lugar del sistema solar y de nuestra galaxia.
La inmensidad del planeta nos hace olvidar muchas veces su pequeñez en el contexto más amplio del cosmos, y esta fue precisamente la motivación del astrónomo Carl Sagan hace tres décadas, para hacer un llamado de atención sobre la fragilidad de nuestro mundo.
Desde que el objetivo principal de la Voyager 1 había culminado hacia el año de 1980, luego de haber explorado Júpiter y Saturno, Sagan sugiere dirigir su cámara hacia la Tierra y tomar una fotografía de ella. La idea parecía absurda ya que no representaba ningún interés científico y tuvo que esperar un década para materializarse, hasta que obtuvo el visto bueno del administrador de la Nasa entre 1989 y 1992, el astronauta Richard Trury.
El histórico día llegaría el 14 de febrero de 1990, cuando la sonda Voyager 1 realiza la maniobra que para muchos podía poner en riesgo los detectores. Para entonces la nave se encontraba a unos 6.000 millones de kilómetros de distancia, el equivalente a 40 veces la distancia entre el Sol y la Tierra, y dirige su mirada hacia un pequeño punto de luz entre blanco y azulado que resalta sobre el oscuro fondo, tomando la icónica fotografía de la tierra.
La instantánea se convirtió en una de las fotografías mas emblemáticas de lo que significa nuestro planeta, que aparece como un diminuto punto azul pálido cubriendo una fracción de un pixel. La imagen que retrata nuestro mundo justo antes de que Voyager 1 emprendiera su viaje a los confines del sistema solar, ha sido considerada como una de las diez mejores fotos científicas espaciales de la historia, y fue la inspiración de Sagan para escribir su libro Punto Azul Pálido en 1994.
Sagan dedica un inspirador poema que todos deberíamos tener siempre presente, en el que hace énfasis en la imagen y en su poder para demostrar la vanalidad y locura de la soberbia humana, haciendo un llamado a reflexionar sobre nuestra responsabilidad para preservar y apreciar esa pequeña mota suspendida en un rayo de sol, el único hogar que hemos conocido.