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Desde hace ya más de medio siglo los viajes al espacio son en cierto modo rutinarios, y alrededor de 600 seres humanos han podido contemplar desde afuera la singular imagen de nuestro planeta azul.
Al comienzo de esta aventura teníamos miedo a lo desconocido. Un centenar de kilómetros no parecía mucha distancia, pero llegar a esa altura sobre la superficie de la Tierra, exigía superar abundantes barreras físicas y tecnológicas.
Sabíamos que el ambiente espacial no era del todo amigable para la supervivencia de nuestros más intrépidos exploradores, pero necesitábamos investigar en detalle las posibles consecuencias de un viaje tripulado al espacio, antes de embarcar a un ser humano en una hazaña de tales dimensiones.
Los animales fueron entonces nuestros principales aliados. Gracias a ellos, se comenzó a estudiar el efecto sobre el organismo de las extremas condiciones en el espacio exterior. Las moscas de la fruta serían las primeras viajeras espaciales, cuando en 1947 subían a bordo de un cohete V2 – usados en la Segunda Guerra Mundial- y a los tres minutos superaban la barrera de los 100 kilómetros. Comenzamos así a profundizar en los efectos de la intensa radiación sobre los seres vivos.
A partir de entonces un mono, y varios perros viajaron al espacio hasta que en 1957 llegaría uno de los grandes hitos en la aventura espacial. La protagonista era Laika, una perrita que será recordada como el primer animal puesto en órbita. La antigua Unión Soviética y los Estados Unidos se erigían como los dos principales rivales.
Muchos menos conocido es el intento de los franceses por entrar en esta contienda, resistiéndose a dejar de ser una potencia mundial. Lanzarían la primera rata al espacio en 1962, y al año siguiente se dieron a la tarea de convertir a un gato en tripulante espacial.
Un total de 14 felinos fueron entrenados y después de diversas pruebas quedaron dos candidatos, Félix y Félicette. Finalmente Félix sería el elegido, pero sorprendentemente poco antes del vuelo escapó. La pequeña Félicette, una gata de color blanco y negro, se convertiría así en la primera astronauta francesa, viajando al espacio hasta alcanzar los 156 kilómetros de altitud.
Un cuarto de hora más tarde aterrizó la cápsula y Félicette, aunque un poco magullada, salía de ella luego de experimentar aceleraciones de hasta nueve veces la gravedad. A los tres meses le practicaron la eutanasia para poder estudiar su cerebro y los efectos del viaje.
Félicette será recordada como la primera y única gata en el espacio, el felino que más lejos ha llegado.