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Mitocondrias y fútbol

Publicado en Café Científico.
Léelo completo en su sitio: http://cienciaconcafe.blogspot.com/2018/06/mitocondrias-y-futbol.html

Por Paula Ximena García Reynaldos

Desde el 14 junio, la atención de buena parte del mundo está puesta en la Copa Mundial de Fútbol, la primera ronda de partidos de grupos nos dejó muy felices a algunos (como los mexicanos), tristes a otros (como los peruanos) y un poco molestos a otros (como a los argentinos).

Buena parte de lo que se dice en las pláticas de café, sobre lo que se espera de las selecciones en la Copa Mundial de Fútbol, tiene que ver con el desempeño de los jugadores individualmente y como conjunto. En ese tipo de “análisis” es recurrente escuchar cosas como: “los jugadores africanos corren mucho y no se cansan” o “los islandeses son muy altos y por eso tienen mucho juego aéreo”.

Aunque en este tipo de juicios sobre las fortalezas y debilidades de los futbolistas hay algo de verdad, pues el desempeño físico de cada uno de nosotros (seamos o no futbolistas) en parte se determina desde nuestro nacimiento por los genes que nos heredan nuestros padres, también es cierto que un entrenamiento constante puede contribuir a alcanzar nuestras máximas posibilidades y tener un mejor desempeño que el determinado simplemente por nuestros genes o por el lugar donde nacimos.

Una de las variables que pueden modificarse con el entrenamiento es el volumen de oxígeno que utiliza nuestro cuerpo. Cuando nos ejercitarnos, sobre todo cuando corremos –algo primordial en un partido de futbol- la cantidad de oxígeno que respiramos, pero sobre todo, la cantidad de oxígeno que llega a nuestras células es algo muy importante. Es por esto que el volumen máximo de oxígeno consumido en un cierto tiempo, es una medida que se usa por muchos deportistas de alto rendimiento para conocer su desempeño.

Los niveles de oxigenación –ya sea durante el ejercicio o en reposo- tienen que ver no solamente con la capacidad de nuestros pulmones, sino también con el ritmo cardíaco y flujo sanguíneo, pues finalmente la sangre es el medio por el que se transporta el oxígeno en nuestro cuerpo.

Así que, si bien cuando somos adultos nuestros pulmones tienen ya un tamaño definido y nuestra capacidad pulmonar se puede modificar poco, cuando nos ejercitamos constantemente nuestro cuerpo tiene otros caminos para conseguir una mayor oxigenación.

Si pudiéramos comparar los diámetros de las arterias en las piernas de un futbolista, con las de una persona que hace solamente una hora diaria de ejercicio, encontraríamos que las arterias del futbolista tienen unos dos o tres milímetros más de espacio para la circulación de la sangre con lo que consigue una mejor oxigenación y la diferencia de diámetros se duplica si comparamos a un futbolista con alguien que es totalmente sedentario.

Con esto queda claro que el ejercicio y el entrenamiento hacen modificaciones en nuestro cuerpo que permiten una mejor oxigenación y por lo tanto un mejor rendimiento. No sé a ustedes pero a mí, el solo pensamiento de correr durante más de 10 minutos me deja sin aliento.

Pero la oxigenación necesaria durante el ejercicio no sólo depende de la circulación de la sangre, sino también de la eficiencia con la que los músculos toman el oxígeno que viene en la sangre, pues a partir de ese oxígeno que llega a las células que los forman, se genera la energía química necesaria para que los músculos se muevan.

Nuestros movimientos, ya sea los requeridos por el portugués Cristiano Ronaldo -que fue el jugador más rápido de la primera ronda en Rusia, corriendo a una velocidad de 33.95 km/h- o el esfuerzo menor que hago con mis dedos sobre el teclado al escribir estas palabras, son producidos por el mismo tipo de energía química generada en nuestras células.

Modelo de una molécula de ATP, imagen tomada de Wikimedia Commons

Dentro de cada célula existen unas estructuras llamadas mitocondrias, que son como unas pequeñas fábricas químicas encargadas de producir esta energía en forma de moléculas de ATP (adenosín trifosfato) que fin de cuentas funciona como el combustible celular.

Todas nuestras células tienen mitocondrias y todas producen ATP, pero se ha comprobado que las células musculares de los deportistas de alto rendimiento, comparadas con personas sedentarias, tienen un mayor número de mitocondrias, pues al tener un mayor requerimiento de energía deben tener también una mayor producción de ATP.

Así que, aunque dudo mucho que se pueda volver el nuevo grito de guerra en los estadios, no estaría mal que la próxima vez que animen a su equipo digan: ¡échenle mitocondrias muchachos!

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